lunes, 8 de octubre de 2012

Estúpido practicante

Son las 17:00. Hoy, seis de octubre, cumples treinta años. Quizá por nostalgia -quizá por error-, decides escribir sobre ello.

 Haces memoria. Una buena reseña biográfica debe de citar tus grandes logros.  Llenas nuevamente tu taza de café. Insistes. Hombre de poco método, te distraes garabateando la libreta. Faltan ideas. La resaca nunca ayuda. 

"He estado apunto de morir ahogado tres veces". Mal comienzo. "Un día, jugando con bengalas quemé la buhardilla de mi casa". La cosa no mejora. "Estrellé el coche a 200 metros de mi casa y tuve que llamar a...". Tachaduras, borrones, otro café.

Admitámoslo, más trasto que héroe. Un trasto con suerte. Tenemos comienzo (...).

Definitivamente, todo empezó a mejorar en mi vida cuando tomé conciencia de mi incuestionable don para la práctica activa de la estupidez. Entiéndanme, puedo ejecutar tareas complejísimas en el ámbito de mi desarrollo profesional y sin embargo diez minutos más tarde corroborar que no se hacer funcionar una máquina de parking cuya interfaz se compone de un reloj digital y tres botones. Ejem, -de colores-.

La Estupidez es el estado contrario a la Ocurrencia. Desde el punto de vista de la ocurrencia, aquello que no se conoce, simplemente no existe. Es decir, uno tiene una serie de ideas y conocimientos dentro de sí y por algún inexplicable motivo decide instalarse definitivamente sobre ellos. Les suena aquello de "no hay sitio para nuevos negocios ya que esta todo inventado". Supongo que como yo lo soportaran día a día. Con apenas treinta años, uno se recuerda escuchando ocurrencias del tipo, incluso antes de tener mi primer teléfono móvil. (El alcatel easy touch one,  180 gramos, una pinza trasera para colgarselo del cinturon, pantalla LCD monocroma de tres lineas de texto y una fantástica memoria interna que permitía tener al día el registro de  -ponga aquí su mejor cara de asombro- tus últimas  cinco llamadas recibidas y hasta veinte de aquellos maravillosos SMS,  del tipo "compra tú los hielos que mi hermano mayor ya nos ha conseguido la botella de dyc")

Ya enserio, la recuerdo antes que internet. Sales de tu casa  para ir al trabajo, tres kilometros conduciendo  en mitad de un atasco de veinte minutos, un vehículo que pesa aproximadamente  más de dos mil kilos y que tan solo te va a transportar a ti, que pesas  menos de cien y  tienes la ocurrencia de decir que andas como loco buscando tiempo  para hacer algo de ejercicio. La ocurrencia no se plantea que hay que mejorar los sistemas de transporte. La ocurrencia no pasea por ese regalo que es la peatonalizada calle Cruz-Conde y se detiene a escuchar la música que sale desde la ventana de Orquesta de Córdoba donde otrora solo había ruido de coches e incomodas aceras congestionadas. La ocurrencia no mira su escritorio inundado por miles de cables. No le molesta llevar más de veinte llaves diferentes para que una única persona abra diferentes puertas. .

Si por la ocurrencia fuese, nunca hubiese abandonado un trabajo fijo bien remunerado en plena crisis para emprender. La ocurrencia decía que a un chico tan joven las empresas le iban a cerrar todas las puertas sin pararse a pensar que la mitad de esas empresas habián sido fundadas por personas aún mas jóvenes que tú.

La ocurrencia es más cómoda, eso sin duda. A la estupidez y las equivocaciones les debes varias cicatrices en la cara, una rodilla maltrecha, y alguna que otra  de esas heridas que nadie puede ver pero cuyas cicatrices quedaron para siempre cerradas con imperfectos costurones.

  La estupidez te obliga a estar atento a cual será tu próxima tontería, te hace pensar,  y mejora la capacidad de admirar y sorprenderte. Empiezas reconociendo tu inutilidad y desconocimiento de la inmensa mayoría de procesos que te rodean en el mundo y terminas aprendiendo a admirar el buen hacer de los demás allí donde se manifiesta y a seguir teniendo una constante sed de nuevos conocimientos.

Detrás de cada error y cada caida que pueda recordar, siempre han estado ahí para ayudar a levantarme mis  pacientes padres, mis dos indispensables hermanos, mi enorme familia y unos bien escogidos mejores amigos. Auténticos héroes de esta breve reseña.

Poco queda de aquel mico de pelo encrespado y adorables mofletes que se empeñaba en aprender a nadar por si mismo lanzándose a la piscina al menor descuido, y aún así, a mis todavía no usados treinta y pocos tan solo les pido una cosa:

Mi sagrado derecho a seguir estando equivocado.





lunes, 30 de abril de 2012

Día del Jazz



    Música. Primigenio  lenguaje.
 Como aquel hombre de las cavernas que contemplaba el fulgor del primer fuego.
Así, con asombro antiguo,
escucho los acordes del Jazz sumergidos en la remota noche de los tiempos.